Cierta
mañana, Eva envolvió un huevo en un pañuelo, se fue al centro de
la plaza de su ciudad y llamó a los que pasaban por allí:
-
“¡Hoy tendremos un importante concurso!”, dijo. “Quien
descubra lo que está envuelto en este pañuelo recibirá de regalo
el huevo que está dentro
Las
personas se miraron, intrigadas. Eva insistió:
-
“Lo que está en este pañuelo tiene un centro que es amarillo como
una yema, rodeado de un líquido del color de la clara, que a su vez
está contenido dentro de una cáscara que se rompe fácilmente. Es
un símbolo de fertilidad y nos recuerda a los pájaros que vuelan
hacia sus nidos. Entonces, ¿quién puede decirme lo que está
escondido?”
Todos
los habitantes pensaban que Eva tenía en sus manos un huevo, pero
la respuesta era tan obvia que nadie quiso pasar vergüenza delante
de los otros. ¿Y si no fuese un huevo, sino algo muy importante,
producto de la fértil imaginación mística de los sufís? Un centro
amarillo podía significar algo del sol, el líquido a su alrededor
tal vez fuese algún preparado de alquimia. No, no, aquel loco estaba
queriendo que alguien hiciera el ridículo.
Eva
preguntó dos veces más y nadie se arriesgó a decir algo impropio.
Entonces, abrió el pañuelo y mostró a todos el huevo.
Todos
vosotros sabíais la respuesta, afirmó, y nadie quiso decirla por
el miedo a fracasar.
Andrea Portaz Ruiz alumna de 6º.
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